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Por Ing. Roberto Almanza.
Dios sana, no la oración. ¿Una cuestión de semántica? No. Si crees que el poder está en la oración y no en Aquel que oye la oración, criticas la oración por no ser respondida. ¿Cuánta gente ha tenido que luchar con una falsa culpa por una oración inadecuada? “Si hubiera orado más, si hubiera orado mejor, si hubiera orado de una forma distinta, etc.”. Afirmar que la oración sana es colocar la oración en la esfera de los cantos mágicos y las danzas del curandero. Aún peor, otorgarle poder a la oración reduce a Dios a la personalidad de una computadora. Si oprimo las teclas correctas o introduzco la clave correcta, entonces obtendré respuesta.
No, el poder de la oración está en Aquel que la oye, no en aquel que la hace.
No creas que los fieles nunca sufrirán. Si el fiel nunca sufre, ¿cómo explicamos la enfermedad de Pablo (Gál. 4:13), la mala salud del amigo de Pablo, Trófimo (2 Ti 4:20) y la casi muerte de su amado Epafrodito (Fil. 2:27)?
Hebreos 11 describe la difícil situación de los fieles a Dios: algunos derrotaron reinos, apagaron fuegos y se salvaron de que los mataran. Otros fueron encadenados y encarcelados. Fueron lapidados, cortados por la mitad y asesinados con espadas. Algunos se vistieron con la piel de ovejas y cabras. Fueron pobres, abusados y maltratados… Todas estas personas son conocidas por su fe (Heb. 11:33-39).
Si los fieles nunca sufren, ¿cómo explicamos la agonía de Getsemaní y la muerte de Cristo en la cruz?
El mismo Jesús oró para ser librado del dolor terrenal (Mt. 26:39), y su petición fue negada. ¿Acaso tenía que ver con su falta de fe? Pues no! Dios dijo NO a la oración en La Tierra por una razón en El Cielo. El Plan de salvación incluía el dolor del Salvador. Hay ocasiones a las que Dios decide decir que no a las peticiones en La Tierra para poder decir que si a una recompensa celestial.
Entonces, tomemos en cuenta las siguientes consideraciones:
La Oración te recuerda quien está al mando. La oración la entregas a quien tiene verdadero poder en cuestión de soluciones. Tu disminuyes y Dios…pues es Dios!
La Oración nos deja ver la importancia de que se haga su voluntad. Estás orando para pasar de “hágase mi voluntad” a “hágase Tu voluntad”.
La Oración alivia la tensión y la ansiedad. Ahora que hemos dado a Dios nuestras angustias, ya no hay que preocuparse. Dios tiene a su “personal” trabajando en ello. Con menos ansiedad viene más fuerza. La oración transfiere la carga a Dios y aligera tu paso.
La oración nos empuja a través de los baches de la vida, nos propulsa sobre los obstáculos y nos saca de los barrancos. La oración es el empuje para conseguir las respuestas que necesitamos.
Dios oye nuestras peticiones. Pero su respuesta no es siempre la que nos gustaría. ¿Por qué? Porque Dios sabe de la vida más que nosotros.
Habla con Dios de tus retos. Entonces deja que tu Padre celestial te recuerde que aún está en control.
Compasión
Por: Roberto Almanza Franco.
¡Menudo desafío he enfrentado al recibir una invitación para hablar respecto a la compasión!
Si bien es cierto que todos tenemos una noción del significado del término, el mero hecho de describirlo nos complica un tanto… y cuando pensamos en nuestra propia praxis de la compasión, entonces el desafío se torna mayor.
Es pues que echaremos mano de los diccionarios bíblicos, para no quedar acotados en nuestra propia experiencia.
Dice William Barclay en su “Diccionario de Palabras griegas del Nuevo Testamento”:
“Hay palabras que llevan en ellas la evidencia de cierta clase de revolución en el dominio del pensamiento, y splagchnizesthai es una de esas palabras. Significa “compadecerse”. No es clásica, pero sí contiene una forma clásica de pensamiento. Splagchnizesthai es el verbo que procede del hombre splagchna, que significa vísceras principales, es decir, corazón, pulmón, hígado e intestino. Los griegos sostenían que estas vísceras constituían el asiento de las emociones y pasiones, especialmente de la ira, la ansiedad, el miedo e incluso el amor.
En el NT, splagchnizesthai nunca se encuentra fuera de los evangelios sinópticos; y, excepto en tres ocasiones que aparece en parábolas, siempre es usado con referencia a Jesús. En las parábolas se utiliza respecto del señor que tuvo compasión del siervo que no podía pagarle (Mt. 18:33), de la compasión que hizo al padre recibir con amor al hijo pródigo (Lc. 15:20) y de la compasión que movió al samaritano a ayudar al viajero herido en el camino de Jericó (Lc. 10:33). En el resto de los casos, se emplea en conexión con Jesús mismo.
Jesús tuvo compasión de la multitud cuando la vio como ovejas sin pastor (Mt. 9:36; cf. Mr. 6:34). Tuvo compasión de los hambrientos y necesitados que le seguían al desierto (Mt. 14:14; 15:32; Mr. 8:2), y tuvo misericordia del leproso (Mr. 1:41). Jesús se compadeció de los dos ciegos (Mt. 20:34) y de la viuda de Naín que llevaba a enterrar a su único hijo (Lc. 7:13). El padre del muchacho epiléptico apeló a la compasión de Jesús (Mr. 9:22).”
(I) Jesús tuvo compasión del abandono espiritual de la multitud. Eran como ovejas sin pastor. Jesús no estaba molesto con la simpleza de la muchedumbre ni irritado con su inutilidad, sino preocupado por ellos. Les veía como cosecha que espera ser recolectada por Dios (Mt. 9:37, 38). Los fariseos decían: “El hombre que no conoce la ley es maldito.” Y bien podía esperarse de ellos frases como: “Hay gozo en los cielos por cada pecador que es destruido”. Pero, frente a la ruina espiritual de los hombres, aun cuando fuera causada por la propia dejadez de ellos, Jesús no sintió sino piedad. El no veía al hombre como un reo que ha de ser condenado, sino como un descarriado que había que encontrar y llevar a casa. No veía a los hombres como broza para quemar, sino como mies presta para ser segada por Dios.
(II) Jesús se compadeció del hambre y dolor de los hombres. El triste espectáculo de una multitud hambrienta, la vista de gentes cansadas, la apelación de un ciego o un leproso, despertaba su compasión. Jesús nunca consideró a las personas un engorro o un fastidio, sino siempre seres que necesitaban su ayuda.
(III) Jesús tuvo compasión de la aflicción de los hombres. Cuando se encontró con el cortejo fúnebre del hijo de la viuda de Naín, fue conmovido por el patetismo de la situación humana. Jesús no se sintió al margen ni fue indiferente a lo que allí estaba sucediendo; la pena de la viuda llegó a ser su propia pena.
El pensamiento religioso pagano creía en un Dios cuya esencia era ser incapaz de sentir piedad; la ética pagana enseñaba a aspirar a una clase de vida de la que, al final, toda piedad y compasión se hubieran desvanecido. La idea de un Dios compasivo y una vida cuya fuerza motriz es el amor piadoso, solamente pudo haber venido a semejante mundo por vía de nueva revelación.
Nosotros creemos que Dios es amor y que la vida cristiana es amor, y haremos bien en no olvidar que ni una cosa ni otra hubiéramos conocido sin la revelación de Jesucristo, de quien tan maravillosamente a menudo se dice que sentía compasión”
Y hasta aquí el fragmento que citaremos de Barclay… pues considero que es suficiente para ilustrarnos, definirnos y desde luego, desafiarnos a la compasión… sin olvidar que somos seres muy diferentes entre nosotros, pero con la particularidad de que buscamos sinceramente a un Dios que es, para todos amoroso y desde luego, compadecido de cada uno de nosotros.